lunes, 30 de diciembre de 2013

Amanecer rojizo

Amanece. La luz dorada baña los rincones más bellos de la ciudad: el bosque y su estanque. Una suave brisa agita las hojas humedecidas por el rocío matinal, haciéndolas lanzar reflejos al mismo ritmo que a las aguas. El único sonido que se escucha es el piar de los pájaros más madrugadores cuando... ¡vaya!, de repente se quedan tan callados e inmóviles como un buda de piedra.

¿Qué ha sucedido? ¡Oh!, parece que un joven ha entrado en la parte exterior del bosque. Los pájaros lo observan desconfiados, pero el chico no parece haberse percatado de su presencia, sino que continúa adentrándose en el bosque. Un par de gorriones lo siguen, saltando de rama en rama, de árbol en árbol como ninjas bien entrenados; el chaval parece dirigirse hacia el estanque, andando a buen ritmo.


Repentinamente pierde el equilibrio y está a punto de caerse; sin embargo, lo recupera a tiempo. Los gorriones se miran y uno de ellos baja al suelo para ver qué ha causado... ¡Ah!, fue la raíz de un árbol salida por encima de la superficie. El pajarito vuela hasta su compañero para contárselo mientras el joven sigue su camino como si nada hubiera sucedido. Se recoloca una pequeña mochila que lleva colgada de los hombros sin detenerse. Sus alados perseguidores le cuentan la novedad de la mañana a cada ave que ven, por lo que pronto el bosque se vuelve a llenar de los cantos de estos animalitos, y el muchacho sonríe como si esos sonidos lo hicieran sentirse como en casa.


Llega a la orilla del estanque sin variar el paso al que camina, se sienta en un banco de cara al agua, se descuelga la mochilita y la deja junto a él; los gorriones se detienen en el árbol más cercano, haciendo conjeturas sobre el motivo de la presencia del chico y el contenido de la mochila. Se queda mirando los reflejos del agua, absorto, con la mano dentro de la mochila como si buscara algo en su interior. Al cabo de unos minutos, cuando los gorriones creen que no va a sacar nada de ella, lo hace: un objeto negro, de una forma extraña, y un trozo de tela. Se dedica a sacarle brillo al objeto extraño con la tela durante bastante tiempo, al menos desde la perspectiva de los pajarillos; después, para curiosidad de ellos, saca una cajita de la mochila que contiene unas cosas doradas que mete en el objeto tras hacer que de él saliera un cilindro enganchado a ello de manera inexplicable.


Cuando termina de meterlas, guarda la cajita y la tela y hace que el cilindro vuelva al interior del objeto, causando un leve chasquido que se oye desde el árbol en el que están las avecillas. Ellas piensan que no puede ocurrir nada más extraordinario y siguen observándolo; no obstante, en ese momento un ruiseñor se acerca para decirles que un humano hembra se acerca a ese mismo lugar, por lo que los tres se acomodan en la rama para ver qué ocurre, y la joven llega justo entonces. Los pájaros la miran con atención. ¿Obrará algún prodigio? ¿Sacará algún objeto que ellos desconozcan de las prendas de ropa que son su único complemento?


El muchacho se pone en pie al oírle llegar, sujetando el extraño objeto con una mano tras accionar algo en lo que parece ser su parte trasera. La muchacha ha llegado con una sonrisa frente al chico, quien también sonreía; ahora ella es la única que no sonríe y que tiene miedo en la mirada. Él acentúa su sonrisa, casi convirtiéndola en una mueca, y alza su objeto hasta que la parte frontal apunta al corazón de la joven; avanza despacio hacia ella, haciendo que retroceda, hasta que está en el borde mismo del estanque.


Se oye un disparo. Los pájaros huyen asustados por el –para ellos– desconcertante ruido que ha causado, sin ver cómo el ahora inerte cuerpo de la chica cae en el agua y hace que una parte de ella se tiña de rojo y reluzca de manera siniestra. El joven alza la cabeza hacia el cielo mientras su rostro empieza a ser cubierto por sus lágrimas sin que por ello dejara de sonreír.


-Esto no tendría por qué haber acabado así. Jugaste con mi corazón, así que yo también he jugado con el tuyo. Ha sido lo más justo, ¿no crees?


Habla como si la chica no hubiese muerto, y la única respuesta que obtiene es el susurro de las hojas mecidas por el viento. Por ello, un momento después la muchacha no es la única que flota en el estanque con un par de agujeros en su cuerpo mientras le otorga un nuevo color y un nuevo brillo.