lunes, 18 de noviembre de 2019

Desierto a la moda

Era una soleada y calurosa tarde de otoño en El Cairo, Egipto. Parte del alumnado del curso de marketing digital en moda había sido enviado allí para probar una nueva camiseta inteligente que tenía incorporado un termómetro que indicaba tanto la temperatura del cuerpo de quien la llevara como la ambiental.

Les estudiantes estaban tan absortes con las comprobaciones de la prenda que no se dieron cuenta de que el sol estaba poniéndose; cuando se percataron de ello, estaban en el Valle de los Reyes, entre cuerdas, equipos de arqueología para aficionados y pinceles de excavación. Por suerte, sabían llegar a la ciudad desde allí y emprendieron el camino de vuelta, sin fijarse en que la zona por la que estaban pasando era de suelo frágil. Éste no tardó mucho en abrirse bajo sus pies, y les alumnes cayeron en un sarcófago, quedando atrapades en su interior. Daba igual lo que gritaran, no importaba que dieran golpes en la tapa hasta desgarrarse los nudillos: no había nadie por allí y, por tanto, nadie iría a rescatarlos de aquel lugar.

O eso creían. Tuvieron la suerte de que un grupo de estudiantes de arqueología que estaban de Erasmus en aquel país fueran al Valle a hacer prácticas sobre el terreno a la mañana siguiente. De no ser por elles, no sabían si habrían podido terminar su tarea y regresar a casa.

Eso sí, ninguno volvió a Egipto en una larga temporada.

viernes, 9 de mayo de 2014

Fuego y papel

1


Hora de comer. La máquina de bebidas no devolvía las monedas. Por más golpes que le daba con la mano abierta, la única respuesta que el hombre recibió fueron un par de pitidos por parte del aparato. Se alejó de ella tras varios minutos en los que acabó haciéndose daño. Fue al cuarto de baño para coger un poco de papel higiénico y vendarse una pequeña herida que se había hecho, pero no quedaba nada de papel, aparte del de secarse las manos.

¡Vaya día que estaba teniendo! Pensaba que no podía pasarle nada malo después de que esa misma mañana su jefe lo amenazara con despedirlo tras una discusión en la que casi habían llegado a las manos, y todo por los recortes en los sueldos de los empleados, incluido él, que era jefe de redacción. Toda la planta de la oficina lo había oído.

Al final acabó aceptando la reducción, pero logró que fuera menor. En otros tiempos se habría negado en redondo y habría recogido el finiquito con mucho gusto para marcharse a la empresa rival; pero aquello era España en el año 2013, no en el 2000, y si se iba de su trabajo actual, él y su familia (su mujer y sus dos hijos: uno de ellos, la chica, a punto de alcanzar la pubertad, y el otro, aprendiendo a leer) perderían la única fuente de ingresos de la que disponían. Su mujer había sido despedida del gabinete de asesores del alcalde en cuanto pidió unos meses para encargarse del embarazo del pequeño con patéticas explicaciones que intentaban encubrir el verdadero motivo. Por suerte, él había conseguido aquel trabajo un par de años antes de que la crisis económica golpeara el país, recién salido de la Facultad de Periodismo, y había hecho méritos para que no lo echaran.

Estaba pensando en las ilusiones que había depositado en aquel trabajo y en la suerte que tenía de llevar siempre consigo un paquete de pañuelos de papel en el pantalón cuando oyó que alguien lo llamaba.

-¡Raúl! ¡Te necesitamos en Sucesos!



Era el jefe de esa sección quien lo llamaba. Con paso rápido y enérgico se acercó a él, que se encontraba junto a la máquina del demonio y lo había visto cuando salía del baño tras lograr que la heridita no le sangrara y vendársela.

-¿Qué quieres, Sánchez? –Le preguntó, mirándolo con seriedad; no estaba para bromas.

-¿Has tenido problemas con la chatarra esta? –Respondió, sosteniéndole la mirada–. Estoy intentando sacar algo y obtengo menos resultados que el Talavera FC jugando fuera de casa contra el Real Madrid –Al ver que la expresión de Raúl no cambiaba, desistió de reír ante su propio símil y fue al grano–. Uno de mis reporteros ha cubierto una noticia bastante inquietante y quiere que lo acompañes para contrastar opiniones al respecto. No está seguro de cómo abordarla, pero dice que si lo ayudas a empezar…

-Vale, ya sé por dónde van los tiros –Le cortó Raúl–. ¿Me llevas a su mesa o seguimos hablando junto a este cacharro?

Sin decir nada más, Sánchez emprendió el camino de vuelta a Sucesos, y el otro periodista lo siguió.

-Respondiendo a tu primera pregunta, sí, yo también he tenido esos problemas con el aparato éste –lo señaló con la cabeza–, y no es la primera vez que sucede. A Itziar le pasó lo mismo hace un par de días. –Itziar era la mejor reportera y jefa de sección de Salud y Estética.

-¿A la señorita Salud? Bueno, habrá que escribir una queja formal por ello ante el jefe – Miró a Raúl de soslayo, quien sacudió levemente la cabeza.

-Si tengo que ser yo el que se ocupe de presentarla, me niego en redondo. Con la que he tenido con él hoy es suficiente para un par de semanas. Además, Sánchez, eres tan capaz como yo de escribir una que haga que se le salten las lágrimas.

-Si hace falta, haré que se le salten incluso los puntos de la mejilla –comentó Sánchez, refiriéndose a la cicatriz cosida que mostraba su jefe desde hacía un par de meses.

Raúl sacudió la cabeza; había algunos días, como aquel, en los que no era capaz de aguantar los comentarios de su compañero de periódico. Llegaron a Sucesos, y los miró seriamente a él y al reportero con el que tenía que hablar.



-Dejémonos ya de cambiar de tema y vayamos al grano –En ese momento miró al reportero, que aparentaba (y tenía) unos veintidós años, y cuyo aspecto era del llamado

“chulo de playa”, al contrario que el del hombre que lo miraba, con un físico medio y una melena oscura y corta–. Dime, Noel, ¿qué quieres que mire?

-Bueno, yo… –El chico no se esperaba que fuera tan directo–. Me gustaría que le echaras un ojo al borrador que he hecho con los detalles principales del suceso y me comentaras si debo mejorar algo en él.

Le entregó el folio con el borrador. Raúl lo cogió y lo leyó detenidamente, absorbiendo cada detalle mientras su rostro empalidecía según leía.

-Esto es horrible… –Musitó, mirando al joven reportero con perplejidad y un leve atisbo de horror–. Toda esa gente de la biblioteca José Hierro… –Dejó el borrador sobre la mesa del muchacho (aunque le sacara sólo unos diez años, se sentía responsable de él, pues era el más joven de la plantilla) –. Has hecho un buen trabajo. Termínalo y mándaselo a tu jefe de sección. Tengo que marcharme.

Dejó la sección como si lo persiguiera una manada de lobos. El título del artículo que había revisado era: “Incendio devora la biblioteca municipal José Hierro por completo.




2

Raúl llegó al edificio de la biblioteca en media hora. Una combinación de cintas de la policía local, vallas azules y policías bloqueaba el acceso al recinto, pero él logró colarse dentro gracias a un antiguo compañero de instituto que había elegido un camino diferente al suyo. Cuando se adentró en su interior, se quedó paralizado debido a la gran y desagradable sorpresa que lo aguardaba.

Por fuera no había apenas daños, salvo en la zona alrededor de las ventanas del piso de arriba, ya que algunas de ellas siempre se mantenían abiertas y el fuego había intentado propagarse por ahí. Por dentro era donde se podía apreciar la verdadera magnitud del incendio: montones de libros y de otros recursos quemados; paredes, suelos y techos



ennegrecidos por el humo y el fuego; puertas humeantes… Todavía quedaban algunas fogatas que los bomberos estaban extinguiendo con sus extintores, y en algunos de los rincones menos perjudicados del edificio había montones de recursos de la biblioteca que habían sido o poco o nada dañados en el percance.

Como buen periodista que era, Raúl se acercó a uno de los bomberos que había en la planta baja para enterarse de lo sucedido. Por suerte, el único gesto de rechazo que hizo éste fue un leve fruncimiento de ceño antes de contestar a sus preguntas.

-¿A qué hora se produjo el incendio?

-Aún no estamos seguros del todo, pero los vecinos del edificio de enfrente lo detectaron hace unas dos horas y media.

-¿Fueron ellos los que avisaron del incendio?

-Sí, una vecina llamó al 112 muy preocupada porque le había parecido ver llamas en la planta de arriba. A veces recibimos llamadas así y luego resulta que son reflejos de las luces del túnel o del sol… –El bombero suspiró–. Ojalá lo hubiera sido también hoy.

-¿Se sabe cuál fue su origen?

El otro hombre negó con la cabeza.

-No, pero un compañero y yo creemos que fue un simple accidente en la planta superior.

Se propagó rápido, pero no tanto como podría haberlo hecho de haber sido provo…

-¡Eh, Marco, ven!


El que había gritado había sido un bombero bastante más alto que ambos hombres. Parecía el perfecto estereotipo de bombero: aspecto de “cani” musculoso, acento talaverano marcado…. Se acercó a ellos y miró de soslayo al periodista.

-¿Quién es éste? –Dijo, señalándolo con la cabeza.


-Un periodista que se ha colado para hacer un reportaje sobre el incendio –le respondió su compañero, quitándole importancia con un gesto de la mano–. ¿Qué sucede?



El otro uniformado se quedó mirando a Raúl durante un momento antes de encogerse de hombros.

-Ya hemos visto la causa del incendio. Lo originó un cortocircuito en la zona de ordenadores.

-Ya veo… –Dijo su compañero en voz baja tras asentir con la cabeza.

El periodista los miró a ambos, con una expresión de concentración en el rostro.

-¿Ha habido alguna víctima? –Les preguntó.

-Mortales, no –Respondió el que había llegado después–. Tres personas están algo intoxicadas por el humo, pero, aparte de eso, no ha habido ningún daño personal.

-Todo gracias a que era prácticamente la primera hora de la mañana –Añadió el otro–. Al ser tan temprano, no había casi nadie ajeno a la biblioteca y en el punto de origen del incendio no se encontraba más que una empleada y unos pocos adolescentes, no más de cuatro.

Raúl asintió ante las palabras de los bomberos.


-Muchas gracias por vuestra colaboración. Espero que consigáis salvar muchos de los objetos que hay aquí –Comentó.

Se dio la vuelta mientras los uniformados le decían que no se preocupara por ello. Salió a la calle con la máxima discreción posible y se acercó al bar que había en la otra acera. Mientras pedía una caña y un pincho de tortilla sacó una libreta y un bolígrafo de la cazadora que llevaba puesta, y ya estaba escribiendo todos los detalles que había obtenido cuando se los trajeron.



3

Tras salir del bar con la libreta y el bolígrafo a buen recaudo en el bolsillo interior de su cazadora, Raúl volvió a la redacción del periódico. Algo debía tener en el rostro – pensaba– para que la mayor parte de sus compañeros de trabajo se apartaran de él



mientras se dirigía a la sección de Sucesos. Se acercó a la mesa de Noel, en la cual se hallaba éste. Le tocó el hombro, consiguiendo que diera un leve respingo antes de darse la vuelta para mirarlo.

-Ho-hola, Raúl, no te esperaba.

-Hola, Noel –Sacó su libreta y su bolígrafo, cogió la silla desocupada situada junto a la mesa de al lado del reportero y se sentó junto a él–. He pensado que, en lugar de hacer este reportaje solo, lo haremos ambos juntos. No, no me interrumpas –dijo al ver que el chaval abría la boca para comentar algo–, tengo más que decir. En los autores del reportaje pondrás nuestros nombres, y entre los dos redactaremos un buen texto.

-Pero Raúl… ¿y si se entera el jefe de que estás aquí, escribiendo conmigo? –Preguntó Noel–. Pensarás que estás desatendiendo tus obligaciones para con tus compañeros de sección y te echará.

-¿Y qué? Está en una reunión de dirección, tendremos tiempo de sobra para hacer esto – Señaló la libreta con el bolígrafo–. He recogido algunos detalles de la escena y he hablado con los bomberos. Deberías ir abriendo el documento de Word en el que tengas el borrador del reportaje para añadirlo.

-Sí, ahora mismo lo abro.


Noel abrió el documento mientras lo decía. En cuanto lo hizo, pasó las notas del papel a la pantalla a buen ritmo. Él y su compañero de mesa actual se pusieron manos a la obra con el reportaje, logrando acabarlo y llevarlo a imprimir media hora antes de que el jefe saliera de la sala de reuniones.

Gracias a la rapidez y eficacia con la que realizaron aquella tarea sus superiores no se enteraron de nada hasta después de que los periódicos fueran impresos y distribuidos por la ciudad. El reportaje sobre el incendio en la biblioteca municipal José Hierro hizo que la tirada del periódico de aquel día fuera la mayor en varios meses, y debido a ello no sufrieron ningún perjuicio por parte de sus superiores ni de sus compañeros, sino todo lo contrario, lo alabaron y les dijeron que debían colaborar más veces.



Al día siguiente Raúl y Noel volvieron a colaborar en un nuevo reportaje sobre el siniestro. Tras finalizar su jornada, Raúl lo retuvo un momento antes de salir del edificio.

-Noel, ¿te apetece tomar algo? –Le preguntó, esbozando una sonrisa amistosa–. Conozco un lugar en el que hacen una tortilla buenísima.

-No sé, no debería tomar carbohidratos –Respondió burlonamente, y se echó a reír–. Pues claro, hombre, hay que celebrar de alguna manera que no nos hayan echado.

Raúl se unió a las risas de su compañero, y ambos salieron de la redacción para ir al bar en el que un día antes aquel había creado el boceto de lo que sería uno de los mejores dúos periodísticos de la ciudad del siglo…

… O, al menos, de lo que llevaba transcurrido de siglo.

viernes, 10 de enero de 2014

Poseída

•Día 1
No sé por qué estoy haciendo esto... Bueno, sí lo sé, pero no entiendo por qué no lo hice antes... Dentro de mí hay algo..., algo malvado que intenta controlarme... Gracias a Dios he podido controlarlo, pero ahora que soy plenamente adulta está sacando fuerzas. Cada vez pierdo la consciencia con más frecuencia y durante más tiempo, y no puedo recordar lo que hago durante esos momentos... Pero la gente que hay a mi alrededor sí que lo recuerda, demasiado bien para mi gusto... La última vez que pasó..., ¿qué me dijo la anciana del edificio de enfrente...?, entré en su dormitorio por la puerta de la terraza mientras ella y su marido dormían..., maté al hombre y profané su cadáver mientras obligaba a la pobre mujer a mirar... No... ¿Por qué me siento tan bien al recordar esta historia tan horrible...? ¿Por qué...?


•Día 2
He vuelto a tener una pesadilla terrible... Algo me mete en una jaula y se transforma en mí..., y se hace pasar por mí... No veo lo que es, sólo puedo percibirlo como una presencia mala... Creo que eso es lo que acabará sucediendo..., pero no voy a dejar de luchar por retrasarlo. Mi cuerpo y mi mente son míos, y nada ni nadie me los quitará así como así...


•Día 3
Esto está alcanzando un límite... Anoche, durante uno de mis "ataques", quemé mi piso y los dos contiguos... Doy gracias a mis vecinos por alertarme de ello y a mi hermana mayor por acogerme en su casa... Por las caras de mis vecinos al decirles que me marchaba, estoy segura de que se alegrarían mucho si no volviera por allí nunca más... ¿Es que no entienden que la que ha hecho todas esas cosas horrorosas no he sido yo...? ¿Que jamás les haría algo así por voluntad propia...? No sé cuántas veces se lo he explicado, e incluso algunos de ellos han sido testigos de lo que mi "okupa" ha hecho y han visto que hay algo cambiado en mi aspecto en esos instantes. Espero que este descanso me venga bien y me ayude...


•Día 5
La cosa está yendo a peor, y llevo solamente tres días aquí. He estado inconsciente durante periodos de un tercio de día, cuando lo máximo que he estado sin consciencia antes de esta mudanza habían sido unas tres horas... Cada vez tengo más miedo de acabar hiriendo..., no, matando a alguien de mi familia... De momento me atan a la cama cada vez que caigo, pero no estoy nada segura de que eso vaya a bastar... Siento cómo el "intruso" se hace más y más fuerte...


•Día 9
Sabía que algo así ocurriría tarde o temprano... Esta mañana he roto las cuerdas que me ataban a la cama... y he pegado al hijo pequeño de mi hermana hasta que ha empezado a sangrar antes de que volvieran a atarme con el doble de cuerdas... Llevo horas llorando por todo lo que está pasando y parece que eso ha aplacado al ser, pero...


•Día 17
Empecé a escribir este diario online para dar a conocer mi problema y buscar ayuda y alguna solución para ello... He recibido y probado de todo: psiquiatras de excelente reputación, exorcismos, ceremonias chamanes y de otros tipos, incluso satánicas... Pero nada de eso ha funcionado, esa cosa sigue fortaleciéndose, y es aún peor, pues me está robando mis propias fuerzas... Han tenido que reponer las cuerdas dos veces más, y mi sobrinito... Mi sobrinito tiene pesadillas todas las noches y no quiere ni verme...


•Día 18
Estoy a punto de perder la razón... Mi último período de inconsciencia duró medio día, y... he matado a mi sobrino... Antes mi familia entendía lo que me sucedía e intentaban ayudarme..., pero gracias a este acto tan..., no tengo palabras para describirlo..., cada minuto que pasa me temen más... Los comprendo perfectamente, yo misma estoy aterrada por todo lo que hago y me ocurre... Siento un asco absoluto hacia mí misma, quiero que esto acabe cuanto antes...


•Día 21
No tengo ni idea de lo que ha pasado... Acabo de volver en mí y no estoy atada a la cama; es más, ni siquiera hay cuerdas... Las paredes, las sábanas, el suelo..., todo está manchado con sangre... y hay unos cuerpos en el suelo... No... Es mi familia... y está muerta... Yo los he matado... No... No puedo aguantar esto... más...


•Día 21-2
Al fin... Al fin soy libre. Esa estúpida se esforzó demasiado en impedir que la ocupara por completo, pero hoy, por fin, he visto cumplido mi objetivo. Vaya, tendré que acicalarme un poco antes de salir a por más alimento. ¿Quién podría servirme como primer plato? Miraré entre la gente que sigue este blog e iré... ¿cómo decirlo delicadamente?, haciéndolos desaparecer hasta que no quede ninguno de ellos y mi secreto esté a salvo. A ver...

Bien, bien, bien. Debo hacer una última cosa antes de salir de esta habitación...



–El blog al que ha intentado acceder no existe–

lunes, 30 de diciembre de 2013

Amanecer rojizo

Amanece. La luz dorada baña los rincones más bellos de la ciudad: el bosque y su estanque. Una suave brisa agita las hojas humedecidas por el rocío matinal, haciéndolas lanzar reflejos al mismo ritmo que a las aguas. El único sonido que se escucha es el piar de los pájaros más madrugadores cuando... ¡vaya!, de repente se quedan tan callados e inmóviles como un buda de piedra.

¿Qué ha sucedido? ¡Oh!, parece que un joven ha entrado en la parte exterior del bosque. Los pájaros lo observan desconfiados, pero el chico no parece haberse percatado de su presencia, sino que continúa adentrándose en el bosque. Un par de gorriones lo siguen, saltando de rama en rama, de árbol en árbol como ninjas bien entrenados; el chaval parece dirigirse hacia el estanque, andando a buen ritmo.


Repentinamente pierde el equilibrio y está a punto de caerse; sin embargo, lo recupera a tiempo. Los gorriones se miran y uno de ellos baja al suelo para ver qué ha causado... ¡Ah!, fue la raíz de un árbol salida por encima de la superficie. El pajarito vuela hasta su compañero para contárselo mientras el joven sigue su camino como si nada hubiera sucedido. Se recoloca una pequeña mochila que lleva colgada de los hombros sin detenerse. Sus alados perseguidores le cuentan la novedad de la mañana a cada ave que ven, por lo que pronto el bosque se vuelve a llenar de los cantos de estos animalitos, y el muchacho sonríe como si esos sonidos lo hicieran sentirse como en casa.


Llega a la orilla del estanque sin variar el paso al que camina, se sienta en un banco de cara al agua, se descuelga la mochilita y la deja junto a él; los gorriones se detienen en el árbol más cercano, haciendo conjeturas sobre el motivo de la presencia del chico y el contenido de la mochila. Se queda mirando los reflejos del agua, absorto, con la mano dentro de la mochila como si buscara algo en su interior. Al cabo de unos minutos, cuando los gorriones creen que no va a sacar nada de ella, lo hace: un objeto negro, de una forma extraña, y un trozo de tela. Se dedica a sacarle brillo al objeto extraño con la tela durante bastante tiempo, al menos desde la perspectiva de los pajarillos; después, para curiosidad de ellos, saca una cajita de la mochila que contiene unas cosas doradas que mete en el objeto tras hacer que de él saliera un cilindro enganchado a ello de manera inexplicable.


Cuando termina de meterlas, guarda la cajita y la tela y hace que el cilindro vuelva al interior del objeto, causando un leve chasquido que se oye desde el árbol en el que están las avecillas. Ellas piensan que no puede ocurrir nada más extraordinario y siguen observándolo; no obstante, en ese momento un ruiseñor se acerca para decirles que un humano hembra se acerca a ese mismo lugar, por lo que los tres se acomodan en la rama para ver qué ocurre, y la joven llega justo entonces. Los pájaros la miran con atención. ¿Obrará algún prodigio? ¿Sacará algún objeto que ellos desconozcan de las prendas de ropa que son su único complemento?


El muchacho se pone en pie al oírle llegar, sujetando el extraño objeto con una mano tras accionar algo en lo que parece ser su parte trasera. La muchacha ha llegado con una sonrisa frente al chico, quien también sonreía; ahora ella es la única que no sonríe y que tiene miedo en la mirada. Él acentúa su sonrisa, casi convirtiéndola en una mueca, y alza su objeto hasta que la parte frontal apunta al corazón de la joven; avanza despacio hacia ella, haciendo que retroceda, hasta que está en el borde mismo del estanque.


Se oye un disparo. Los pájaros huyen asustados por el –para ellos– desconcertante ruido que ha causado, sin ver cómo el ahora inerte cuerpo de la chica cae en el agua y hace que una parte de ella se tiña de rojo y reluzca de manera siniestra. El joven alza la cabeza hacia el cielo mientras su rostro empieza a ser cubierto por sus lágrimas sin que por ello dejara de sonreír.


-Esto no tendría por qué haber acabado así. Jugaste con mi corazón, así que yo también he jugado con el tuyo. Ha sido lo más justo, ¿no crees?


Habla como si la chica no hubiese muerto, y la única respuesta que obtiene es el susurro de las hojas mecidas por el viento. Por ello, un momento después la muchacha no es la única que flota en el estanque con un par de agujeros en su cuerpo mientras le otorga un nuevo color y un nuevo brillo.