1
Hora
de comer. La máquina de bebidas no devolvía las monedas. Por más golpes que le
daba con la mano abierta, la única respuesta que el hombre recibió fueron un
par de pitidos por parte del aparato. Se alejó de ella tras varios minutos en
los que acabó haciéndose daño. Fue al cuarto de baño para coger un poco de
papel higiénico y vendarse una pequeña herida que se había hecho, pero no
quedaba nada de papel, aparte del de secarse las manos.
¡Vaya
día que estaba teniendo! Pensaba que no podía pasarle nada malo después de que
esa misma mañana su jefe lo amenazara con despedirlo tras una discusión en la
que casi habían llegado a las manos, y todo por los recortes en los sueldos de
los empleados, incluido él, que era jefe de redacción. Toda la planta de la
oficina lo había oído.
Al final acabó aceptando la reducción, pero logró
que fuera menor. En otros tiempos se habría negado en redondo y habría recogido
el finiquito con mucho gusto para marcharse a la empresa rival; pero aquello
era España en el año 2013, no en el 2000, y si se iba de su trabajo actual, él
y su familia (su mujer y sus dos hijos: uno de ellos, la chica, a punto de
alcanzar la pubertad, y el otro, aprendiendo a leer) perderían la única fuente
de ingresos de la que disponían. Su mujer había sido despedida del gabinete de
asesores del alcalde en cuanto pidió unos meses para encargarse del embarazo
del pequeño con patéticas explicaciones que intentaban encubrir el verdadero
motivo. Por suerte, él había conseguido aquel trabajo un par de años antes de
que la crisis económica golpeara el país, recién salido de la Facultad de Periodismo,
y había hecho méritos para que no lo echaran.
Estaba
pensando en las ilusiones que había depositado en aquel trabajo y en la suerte
que tenía de llevar siempre consigo un paquete de pañuelos de papel en el
pantalón cuando oyó que alguien lo llamaba.
-¡Raúl! ¡Te
necesitamos en Sucesos!
Era
el jefe de esa sección quien lo llamaba. Con paso rápido y enérgico se acercó a
él, que se encontraba junto a la máquina del demonio y lo había visto cuando
salía del baño tras lograr que la heridita no le sangrara y vendársela.
-¿Qué quieres,
Sánchez? –Le preguntó, mirándolo con seriedad; no estaba para bromas.
-¿Has tenido problemas con la chatarra esta?
–Respondió, sosteniéndole la mirada–. Estoy intentando sacar algo y obtengo menos
resultados que el Talavera FC jugando fuera de casa contra el Real Madrid –Al
ver que la expresión de Raúl no cambiaba, desistió de reír ante su propio símil
y fue al grano–. Uno de mis reporteros ha cubierto una noticia bastante
inquietante y quiere que lo acompañes para contrastar opiniones al respecto. No
está seguro de cómo abordarla, pero dice que si lo ayudas a empezar…
-Vale,
ya sé por dónde van los tiros –Le cortó Raúl–. ¿Me llevas a su mesa o seguimos
hablando junto a este cacharro?
Sin decir nada más, Sánchez emprendió el camino de
vuelta a Sucesos, y el otro periodista lo siguió.
-Respondiendo
a tu primera pregunta, sí, yo también he tenido esos problemas con el aparato
éste –lo señaló con la cabeza–, y no es la primera vez que sucede. A Itziar le
pasó lo mismo hace un par de días. –Itziar era la mejor reportera y jefa de
sección de Salud y Estética.
-¿A
la señorita Salud? Bueno, habrá que escribir una queja formal por ello ante el
jefe – Miró a Raúl de soslayo, quien sacudió levemente la cabeza.
-Si tengo que ser yo el que se ocupe de
presentarla, me niego en redondo. Con la que he tenido con él hoy es suficiente
para un par de semanas. Además, Sánchez, eres tan capaz como yo de escribir una
que haga que se le salten las lágrimas.
-Si
hace falta, haré que se le salten incluso los puntos de la mejilla –comentó
Sánchez, refiriéndose a la cicatriz cosida que mostraba su jefe desde hacía un
par de meses.
Raúl
sacudió la cabeza; había algunos días, como aquel, en los que no era capaz de
aguantar los comentarios de su compañero de periódico. Llegaron a Sucesos, y
los miró seriamente a él y al reportero con el que tenía que hablar.
-Dejémonos
ya de cambiar de tema y vayamos al grano –En ese momento miró al reportero, que
aparentaba (y tenía) unos veintidós años, y cuyo aspecto era del llamado
“chulo
de playa”, al contrario que el del hombre que lo miraba, con un físico medio y una
melena oscura y corta–. Dime, Noel, ¿qué quieres que mire?
-Bueno,
yo… –El chico no se esperaba que fuera tan directo–. Me gustaría que le echaras
un ojo al borrador que he hecho con los detalles principales del suceso y me
comentaras si debo mejorar algo en él.
Le
entregó el folio con el borrador. Raúl lo cogió y lo leyó detenidamente,
absorbiendo cada detalle mientras su rostro empalidecía según leía.
-Esto
es horrible… –Musitó, mirando al joven reportero con perplejidad y un leve
atisbo de horror–. Toda esa gente de la biblioteca José Hierro… –Dejó el
borrador sobre la mesa del muchacho (aunque le sacara sólo unos diez años, se
sentía responsable de él, pues era el más joven de la plantilla) –. Has hecho
un buen trabajo. Termínalo y mándaselo a tu jefe de sección. Tengo que
marcharme.
Dejó
la sección como si lo persiguiera una manada de lobos. El título del artículo
que había revisado era: “Incendio devora la biblioteca municipal José Hierro
por completo.”
2
Raúl
llegó al edificio de la biblioteca en media hora. Una combinación de cintas de
la policía local, vallas azules y policías bloqueaba el acceso al recinto, pero
él logró colarse dentro gracias a un antiguo compañero de instituto que había
elegido un camino diferente al suyo. Cuando se adentró en su interior, se quedó
paralizado debido a la gran y desagradable sorpresa que lo aguardaba.
Por
fuera no había apenas daños, salvo en la zona alrededor de las ventanas del
piso de arriba, ya que algunas de ellas siempre se mantenían abiertas y el
fuego había intentado propagarse por ahí. Por dentro era donde se podía
apreciar la verdadera magnitud del incendio: montones de libros y de otros
recursos quemados; paredes, suelos y techos
ennegrecidos
por el humo y el fuego; puertas humeantes… Todavía quedaban algunas fogatas que
los bomberos estaban extinguiendo con sus extintores, y en algunos de los
rincones menos perjudicados del edificio había montones de recursos de la
biblioteca que habían sido o poco o nada dañados en el percance.
Como
buen periodista que era, Raúl se acercó a uno de los bomberos que había en la
planta baja para enterarse de lo sucedido. Por suerte, el único gesto de
rechazo que hizo éste fue un leve fruncimiento de ceño antes de contestar a sus
preguntas.
-¿A qué hora se
produjo el incendio?
-Aún
no estamos seguros del todo, pero los vecinos del edificio de enfrente lo
detectaron hace unas dos horas y media.
-¿Fueron ellos
los que avisaron del incendio?
-Sí, una vecina llamó al 112 muy
preocupada porque le había parecido ver llamas en la planta de arriba. A veces
recibimos llamadas así y luego resulta que son reflejos de las luces del túnel
o del sol… –El bombero suspiró–. Ojalá lo hubiera sido también hoy.
-¿Se sabe cuál
fue su origen?
El otro hombre
negó con la cabeza.
-No, pero un
compañero y yo creemos que fue un simple accidente en la planta superior.
Se propagó
rápido, pero no tanto como podría haberlo hecho de haber sido provo…
-¡Eh, Marco, ven!
El que había gritado había sido un bombero bastante
más alto que ambos hombres. Parecía el perfecto estereotipo de bombero: aspecto
de “cani” musculoso, acento talaverano marcado…. Se acercó a ellos y miró de
soslayo al periodista.
-¿Quién es éste?
–Dijo, señalándolo con la cabeza.
-Un
periodista que se ha colado para hacer un reportaje sobre el incendio –le
respondió su compañero, quitándole importancia con un gesto de la mano–. ¿Qué
sucede?
El
otro uniformado se quedó mirando a Raúl durante un momento antes de encogerse
de hombros.
-Ya
hemos visto la causa del incendio. Lo originó un cortocircuito en la zona de
ordenadores.
-Ya veo… –Dijo
su compañero en voz baja tras asentir con la cabeza.
El periodista
los miró a ambos, con una expresión de concentración en el rostro.
-¿Ha habido
alguna víctima? –Les preguntó.
-Mortales,
no –Respondió el que había llegado después–. Tres personas están algo
intoxicadas por el humo, pero, aparte de eso, no ha habido ningún daño
personal.
-Todo
gracias a que era prácticamente la primera hora de la mañana –Añadió el otro–.
Al ser tan temprano, no había casi nadie ajeno a la biblioteca y en el punto de
origen del incendio no se encontraba más que una empleada y unos pocos
adolescentes, no más de cuatro.
Raúl asintió
ante las palabras de los bomberos.
-Muchas
gracias por vuestra colaboración. Espero que consigáis salvar muchos de los
objetos que hay aquí –Comentó.
Se dio la vuelta mientras los uniformados le decían
que no se preocupara por ello. Salió a la calle con la máxima discreción
posible y se acercó al bar que había en la otra acera. Mientras pedía una caña
y un pincho de tortilla sacó una libreta y un bolígrafo de la cazadora que
llevaba puesta, y ya estaba escribiendo todos los detalles que había obtenido
cuando se los trajeron.
3
Tras
salir del bar con la libreta y el bolígrafo a buen recaudo en el bolsillo
interior de su cazadora, Raúl volvió a la redacción del periódico. Algo debía
tener en el rostro – pensaba– para que la mayor parte de sus compañeros de
trabajo se apartaran de él
mientras
se dirigía a la sección de Sucesos. Se acercó a la mesa de Noel, en la cual se
hallaba éste. Le tocó el hombro, consiguiendo que diera un leve respingo antes
de darse la vuelta para mirarlo.
-Ho-hola, Raúl,
no te esperaba.
-Hola, Noel –Sacó su libreta y su bolígrafo, cogió
la silla desocupada situada junto a la mesa de al lado del reportero y se sentó
junto a él–. He pensado que, en lugar de hacer este reportaje solo, lo haremos
ambos juntos. No, no me interrumpas –dijo al ver que el chaval abría la boca
para comentar algo–, tengo más que decir. En los autores del reportaje pondrás
nuestros nombres, y entre los dos redactaremos un buen texto.
-Pero Raúl… ¿y si se entera el jefe de
que estás aquí, escribiendo conmigo? –Preguntó Noel–. Pensarás que estás
desatendiendo tus obligaciones para con tus compañeros de sección y te echará.
-¿Y
qué? Está en una reunión de dirección, tendremos tiempo de sobra para hacer
esto – Señaló la libreta con el bolígrafo–. He recogido algunos detalles de la
escena y he hablado con los bomberos. Deberías ir abriendo el documento de Word
en el que tengas el borrador del reportaje para añadirlo.
-Sí, ahora mismo
lo abro.
Noel abrió el documento mientras lo decía. En cuanto
lo hizo, pasó las notas del papel a la pantalla a buen ritmo. Él y su compañero
de mesa actual se pusieron manos a la obra con el reportaje, logrando acabarlo
y llevarlo a imprimir media hora antes de que el jefe saliera de la sala de
reuniones.
Gracias
a la rapidez y eficacia con la que realizaron aquella tarea sus superiores no
se enteraron de nada hasta después de que los periódicos fueran impresos y
distribuidos por la ciudad. El reportaje sobre el incendio en la biblioteca
municipal José Hierro hizo que la tirada del periódico de aquel día fuera la
mayor en varios meses, y debido a ello no sufrieron ningún perjuicio por parte
de sus superiores ni de sus compañeros, sino todo lo contrario, lo alabaron y
les dijeron que debían colaborar más veces.
Al
día siguiente Raúl y Noel volvieron a colaborar en un nuevo reportaje sobre el
siniestro. Tras finalizar su jornada, Raúl lo retuvo un momento antes de salir
del edificio.
-Noel,
¿te apetece tomar algo? –Le preguntó, esbozando una sonrisa amistosa–. Conozco
un lugar en el que hacen una tortilla buenísima.
-No
sé, no debería tomar carbohidratos –Respondió burlonamente, y se echó a reír–.
Pues claro, hombre, hay que celebrar de alguna manera que no nos hayan echado.
Raúl se unió a las risas de su compañero, y ambos
salieron de la redacción para ir al bar en el que un día antes aquel había
creado el boceto de lo que sería uno de los mejores dúos periodísticos de la
ciudad del siglo…
… O, al menos,
de lo que llevaba transcurrido de siglo.